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Así es la lucha diaria de las parejas homosexuales en Cali

Mientras se estudia la aprobación del matrimonio entre parejas del mismo sexo, ¿cómo va ese asunto de la pluralidad en Cali? Relato de miradas que escudriñan, puertas que se cierran, felicidades escondidas.

30 de julio de 2011 Por: Redacción de El País

Mientras se estudia la aprobación del matrimonio entre parejas del mismo sexo, ¿cómo va ese asunto de la pluralidad en Cali? Relato de miradas que escudriñan, puertas que se cierran, felicidades escondidas.

La llamada llegó poco antes de empezar a escribir:- Aló, ¿periodista?- ¿Si?- Quiero pedirle un favor: que en el caso mío y de mi pareja no utilice los nombres reales. Ponga que nos llamamos Pilar y Martha, o algo así. Es que estuve hablando de esto con mi jefe y él prefiere que no me exponga. No sé si me entienda, es que yo estoy en la política...Pilar, como decidió bautizarse esta abogada de 36 años que en las fotos junto a su pareja aparece siempre sonriente, convertía así en paradoja una bella declaración sobre la diversidad. Martha, su novia, había contado una historia donde el amor de las dos había terminado imponiéndose a las aparentes adversidades: sin esconderse, sin negarse, sin evitar tomarse de la mano cada vez que el corazón lo dictó. Nueve años después de aquella vez que se encontraron en una sala de Internet, seguían juntas, compartían una casa, sueños. Incluso los dos hijos de Pilar, que antes de todo eso estuvo casada con un hombre, vivían ahora con ellas y a ambas las llaman “mamá”. ¿Por qué entonces una mujer que había tenido la oportunidad de amar con esa libertad, pedía ahora seudónimos para contar su vida? ¿Cómo entender aquello, justo en estos tiempos en que se estudia la posibilidad de que el matrimonio entre el mismo sexo al fin sea aceptado en este país? ¿Acaso esta ciudad, que se precia de liberada, sigue condenando socialmente a las parejas gay? Manos, dedos que no se tocanSandra Milena Navarro tiene 34 años y estudia para ser abogada. Desde hace tiempo trabaja como activista de Derechos Humanos y defiende la causa de la comunidad Lgtb (lesbianas, gays, transexuales, bisexuales) por un convencimiento personal: desde que asumió su condición gay entendió que era necesaria una lucha legal para hacer respetar sus derechos. Aún hoy, dice ella, parece mentira que haya tanta gente a la que le cueste entender que todos somos iguales.Sandra cuenta entonces algunas anécdotas. A veces, por ejemplo, cuando viaja en el MÍO con Maryuri, su novia, la chica la abraza, o le acaricia la cara, o le da un beso en la mejilla. Nunca hay ningún exceso, dice, pero cada que eso pasa la gente se escandaliza, murmura, las escudriña desde sus sillas. Para explicar aquellas miradas, Sandra abre los ojos como platos. A veces, también, cuando van a cine o a comer o pasear por ahí, sienten el deseo de tomarse de la mano y caminar así, con los dedos entrelazados como cualquier pareja de novios que se quieren. Pero Sandra vuelve a percibir en el aire todo eso que las acosa en la calle y terminan andando sin siquiera tocarse. Sandra, ya sin poder explicar aquello, simplemente se encoge de hombros.El año pasado Sandra trabajó en la campaña de Chelcy Sánchez, la transgenerista que, avalada por el Partido Liberal del Valle, se lanzó como candidata a la Cámara de Representantes. Más allá de la frustración de no haber obtenido más que 1.100 votos, Sandra cuenta un hecho particular hasta ahora desconocido: en algún momento Chelcy recibió la llamada de un político que le propuso abandonar la contienda a cambio de dinero.Aunque no lo dijo directamente, él le dio a entender que en el Partido no querían tener a una candidata así, tan diferente como ella. Tiempo después, en el cruce de la Plaza de Toros, a Sandra le atravesaron un taxi y dos tipos le quitaron el carro donde transportaba el material publicitario de la campaña. Y al final de todo, Chelcy terminó recibiendo tantas llamadas amenazantes que hoy vive asilada en alguna ciudad de Alemania, sin atreverse a pensar en hacer política en contra de la segregación. Todo eso, revelado en medio de ese pequeño anecdotario de la exclusión, sugiere pues una pregunta: ¿Existe mayor tolerancia hacia la corrupción que hacia el homosexualismo?“No admitimos gente así”Andrés Santamaría, el defensor regional del Pueblo, tiene sobre su escritorio una carpeta de cartulina. Adentro hay un cartapacho de papeles: entrevistas, derechos de petición, cartas, fotografías. Es el seguimiento de un caso sucedido en febrero pasado, cuando los guardias de seguridad de un centro comercial obligaron a retirarse a una pareja de chicos que se besaba en la plazoleta. En dos oportunidades, la tutela interpuesta por el Ministerio Público a través de la cual se solicita que el centro comercial pida excusas, ha sido negada. El fallo, entonces, será revisado por la Corte Constitucional.Hojeando ese material, Santamaría dice que aunque en Cali las expresiones de discriminación no son diferentes a las que se dan en otras ciudades, los casos existen y están siendo denunciados. Sólo en lo corrido del año la Defensoría registra cuatro quejas en contra de bares y establecimientos nocturnos que negaron la entrada a gays y lesbianas con el único argumento de no aceptar “gente así”. Con dos de esos sitios, la Defensoría logró concertar actos de excusas públicas y programas de capacitación sobre diversidad sexual.Carlos Parra, el mesero de una discoteca gay, dice que a veces eso de ver la discriminación no resulta sencillo por la misma dinámica de la ciudad. Entonces habla de la proliferación de lugares de rumba en el centro y norte, escondidos en sótanos y detrás de paredes falsas. En algunos de ellos, a media noche se ofrecen shows eróticos y números de baile protagonizados por chicos desnudos; pero aparte de eso allí no ocurre nada diferente a lo que pasa en otro sitio cualquiera: las parejas bailan, los enamorados se besan, se dedican canciones. Quizá la única diferencia es que todos ellos deben divertirse casi bajo tierra, como si su felicidad fuera ofensiva para alguien.El amor, el bendito amorAntes de los seudónimos pedidos por Pilar, su pareja había hablado de esta ciudad en la que nació hace 49 años. Y había dicho que pese a todo aquí permanecía feliz. Ella, una mujer grande, de ojos saltones y pelo revuelto, contó que en el barrio donde vive nunca nadie la ha mirado raro, nunca le han negado una bolsa de leche en la tienda, nunca el vigilante se negó a cuidarle la casa. Había dicho, también, que en el colegio de los niños tampoco había sentido que la hubieran visto raro cuando llegaba a pedir las calificaciones y que ella estaba segura de que todo eso era porque nunca se ocultó ni negó lo que era. “El amor y lo que es uno, nunca debe ser un asunto vergonzante”.Harry Torrado y Cristian Medina están juntos hace siete años. Dueños de una exitosa peluquería en el sur de Cali, ellos se cuentan entre quienes creen que eso de ser pareja gay, aquí no representa mayores problemas. En la calle, aseguran, nadie los ha señalado, nadie se ha cambiado de andén para evitarlos. En los restaurantes no han dejado de servirles con respeto, ni en los almacenes han dejado de atenderlos. Sin embargo, advierten, cuando van por ahí prefieren no tomarse de la mano, ni darse besos, ni organizarse sus peinados de crestas y flecos, porque todo eso hace parte de su intimidad y “mejor así”. Harry, delgado, de nariz respingada, habla mientras Cristian revisa algo en un portátil. Ambos llevan argollas y cuando se miran entre sí, casi puede sentirse una nebulosa de amor gravitando entre el aire denso de laca que se aspira en la peluquería.Sus mamás, cuentan, fueron las primeras en apoyarlos cuando ellos decidieron hacer eso que, en este mundo de puertas y mentes cerradas, llaman “salir del clóset”: les compraron una vajilla, les regalaron su primera nevera, les llevaron un mercado. Ambos muestran sus risas blancas, generosas, valientes, cuando recuerdan todo eso; cuando hablan de aquel amor que genera amor. El amor, como en tantas otras luchas, resulta un motor para enfrentar las adversidades. Por dentro, nadie debería olvidarlo, los corazones terminan siendo todos iguales.

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