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Amas de casa desesperadas

En apariencia, estas damas caleñas lo tienen todo. Sin embargo, padecen ataques de ansiedad, pánico, y se mantienen a flote con antidepresivos y terapia eterna.

14 de noviembre de 2010 Por: Redacción de El País

En apariencia, estas damas caleñas lo tienen todo. Sin embargo, padecen ataques de ansiedad, pánico, y se mantienen a flote con antidepresivos y terapia eterna.

Están ‘bien casadas’. Son madres. No pasan de los 55 años. Viven en casas lujosas, siempre llevan puesto el último grito de la moda, coleccionan joyas y miles de recuerdos de sus viajes a islas y ciudades innombrables. Pero cuando se les hace la sencilla pregunta: “¿Eres feliz?”, solo bajan la mirada y emiten un tímido y casi imperceptible: “No”.El caso parece una fiel copia de la historia de Elizabeth Gilbert, la autora del libro ‘Comer, rezar, amar’, una cuarentona que tenía todo lo que una mujer actual puede soñar: un marido, una casa, una carrera exitosa, pero que se encontraba perdida, confusa y en la búsqueda de lo que realmente deseaba en su vida. Sin embargo, esta es la realidad que viven las muchas mujeres que inspiraron este artículo, caleñas, miembros de prestigiosas familias, casadas con importantes empresarios. En satisfacción material no les ha faltado nada, pero de felicidad les adeudan todo. “Cuando veo a la gente riendo, pienso: ‘que chévere, tienen muy poco, pero pasan rico. Yo quisiera ser feliz’”, dice Maríangela, que desde hace algunos días no puede borrar de su mente la cara de la joven que al pie de un semáforo se deleitaba viendo su Volkswagen modelo 2011. “Me miraba con deseos de ser ella la que manejara el carro, y a mí ni me produce emoción, es más, me lo regalaron hace cuatro meses y sólo hace algunos días me atreví a manejarlo”, cuenta esta mujer, que hace poco entró en un estado de pánico que controla a punta de pastillas y antidepresivos.“Aunque tengo muchas cosas materiales, no disfruto nada de lo que tengo, nada me gusta, nada me llena”, dice tomando su cabeza entre las manos. El caso de Lucía es muy similar. Tiene 52 años, tres hijos, y está casada con un ingeniero que muy pocas veces permanece en casa, debido a su trabajo. Ella es quien maneja las cuentas y tiene autorizaciones para gastar todo el dinero que quiera. No tiene que trabajar, tampoco quiere hacerlo. Pero no es feliz. La psicóloga Gloria H. dice que Lucía está pasando por un cuadro de depresión, que si no se trata a tiempo puede terminar en la adicción al alcohol, pues ya ha buscado refugio en la bebida. El motivo de consulta de Lucía lo dice todo: “falta de sentido a su vida”. Eso lo percibió Gloria H. con la primera pregunta que le hizo, que es la misma que hace a sus pacientes: “¿Qué quiere hacer? así sea algo muy simple, pero expréselo”. Maríangela lo acepta: “en el fondo sé que esto que siento es por algo que me faltó en la vida. Pero no lo reconozco porque ya tengo una familia constituida y siento como si mis sueños se acabaran”. A otra pregunta simple: “¿Qué le haría feliz en este momento?”, Maríangela responde desde el corazón: “Me haría feliz hacer las cosas que tenía planeado y no las que estoy haciendo ahora. Irme un mes a meditar, conocer a Dalai Lama, enriquecer lo verdaderamente importante: mi espíritu”. No es que todas se hayan contagiado del mismo virus de Julia Roberts en ‘comer, rezar, amar’, sino que a juicio de la psicóloga María Elena Osorio, estas mujeres no tuvieron una realización personal, emocional o profesional previa al matrimonio, por lo que empezaron a acumular emociones que se manifiestan después de los 40 años.Este vacío existencial, dice la terapeuta Carolina Piragauta, las mujeres lo expresan con depresión, ansiedad, irritabilidad, sentimientos de minusvalía y bajo deseo sexual que los esposos a veces confunden con ‘cantaleta’. Lo que muchas mujeres no saben o no han entendido, según Gloria H., es que el sentido de la vida no lo da nadie, ni un hijo, ni un esposo, mucho menos las cosas materiales. “El sentido de la vida es encontrar que cada uno tiene un mundo propio por el que se justifica vivir. Construirse a uno mismo es algo que no tiene precio. Puedes sobresalir en una sociedad, pero si no has tenido un mundo propio, no vale de nada”, argumenta la psicóloga.Pero la cultura colombiana no ayuda, según los especialistas en conducta humana. “Aún se cree que la mujer sólo con ser madre está satisfecha y que con el éxito de sus hijos está completa”.De ahí que sea muy común que mujeres entre los 40 y los 55 años sufran la crisis del ‘nido vacío’, que ocurre cuando los hijos que han sido el centro de atención de las madres, se van a estudiar lejos o se independizan. Al verse solas abren los ojos, y descubren que no han logrado cubrir exitosamente áreas de su vida que algunas vez fueron importantes, pero que se perdieron en la cotidianidad de su hogar. Entonces no hay ‘bisturí’ que reconstruya su verdadero sentido de vida. Y es común ver grupos de amigas que acuden en masa al mismo psicólogo, con la esperanza de reencontrar su norte. “Con ellas se trabaja en consulta psicológica la revisión o construcción de un proyecto de vida que sea válido, real y alcanzable, a través de la exploración de valores, intereses y sueños no realizados, para ver los niveles de frustración y planear un plan de acción más realista”, sostiene Piragauta.Otras terapias son de choque, pues a las deprimidas damas se les pone en contacto con el dolor y el sufrimiento de otros (niños enfermos, comunidades urgidas de ayuda) porque ese dolor puede ayudar a conmoverlas y a sentir que pueden hacer algo por alguien. Por allí empieza la recuperación.Claro que también está la otra cara de la moneda, que destaca Chiquinquirá Blandón, psicóloga de la Clínica del Amor: Mujeres con carreras y posgrados, que decidieron dedicarse a una labor que consideran más importante, la crianza de sus hijos. Y que, sin embargo, mantienen una disciplina diaria para cuidar su belleza física y procuran seguir actualizadas en su profesión a través de lecturas, diplomados y estudios virtuales. La mayoría opta por conseguir ingresos por sí mismas en actividades que les permitan manejar al tiempo sus compromisos del hogar, mantener activa su propia vida social, sin dejar de acompañar a sus hijos y de ser esposas y amigas.Son mujeres que nunca pierden de vista su proyecto de vida, y cuando los hijos pasan su primera infancia o adolescencia, se dedican aún más a su vida profesional mediante proyectos propios sino acceden al mundo laboral. Para las psicólogas, el mal de muchas mujeres es no trabajar su autoestima, seguir viviendo en función de los demás y no de sí mismas, temiendo tomar el riesgo de salirse de lo socialmente esperado y alcanzar su propia felicidad.

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