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Alcoholismo, una enfermedad que también se apodera de las mujeres

En Cali, las amas de casa son las víctimas recurrentes. Y aunque la adicción destruye tanto a hombres como a mujeres, en ellas los efectos son más rápidos.

6 de octubre de 2013 Por: Santiago Cruz Hoyos | Reportero de El País

En Cali, las amas de casa son las víctimas recurrentes. Y aunque la adicción destruye tanto a hombres como a mujeres, en ellas los efectos son más rápidos.

María Guadalupe revuelve la aromática con una cuchara. Mientras toma la taza para beber un sorbo, se ven cicatrices como culebrillas blancas en su muñeca. Hace mucho, contará más tarde, intentó matarse cortándose las venas con una cuchilla. La sangre, sin embargo, se detuvo por sí sola. Después intentó morir tomándose un trago de un insecticida. Vomitó, apenas. Entonces se bebió casi todo el frasco. Volvió a vomitar. Más allá de eso no le sucedió nada extraño a su cuerpo. -Dios me tenía para algo grande.Hace un rato, en un papel amarillo, escribió ‘María Guadalupe’ en letras grandes. Ese es el nombre con el que quiere ser nombrada en esta historia. Le gustan las novelas mexicanas. María Guadalupe es alcohólica anónima. La enfermedad está atrapando a las mujeres en todo el mundo. Cali, la sucursal del cielo y de la rumba, no es la excepción. Hace una década se calculaba que por cada diez hombres alcohólicos había cuatro mujeres, pero la proporción cada vez se estrecha más. Precisar el dato con exactitud, sin embargo, es imposible: la mujer alcohólica, en la gran mayoría de los casos, toma sola, encerrada, no quiere que nadie la vea. La sociedad es brutal con ella. La señala de vagabunda, de escoria, de irresponsable. Al hombre borracho, en cambio, poco lo cuestionan. “Pobrecito”, pueden llegar a decir. “Al doctor le cayeron mal los tragos”. Es mucho más natural para la humanidad un hombre ebrio dando tumbos por ahí, que una mujer en la misma situación. El estigma es una de las cruces más pesadas que cargan las mujeres alcohólicas. María Guadalupe completa 18 años sin tomar una gota de licor. Ni siquiera se arriesga a comer semillas de anís, uno de los ingredientes del aguardiente. Algunas mujeres las comen para adelgazar, pero María Guadalupe, 53 años, caderas anchas, robusta, sabe que el más mínimo grado de alcohol, o lo más mínimo con lo que lo relacione, le podría hacer perder la cabeza y no está dispuesta a correr un riesgo tan minúsculo como una semilla. No es exageración, dice. Los años sin beber no son garantía de nada. Una rabia, la muerte de un familiar, la derrota de tu equipo de fútbol, la euforia por un dinero extra que ganaste puede echarlo todo a perder. El alcoholismo es en realidad una enfermedad emocional. Si estás alegre quieres sentirte aún más alegre, entonces tomas, y si estás deprimido te quieres sedar, buscas la botella. Lucía, seis años de abstinencia, flaqueó el día que regresó de Cali a su ciudad, Pasto, en una época de fiesta: el Carnaval de Blancos y Negros. Se sintió con confianza, contenta, se tomó una copa y ya nada la detuvo hasta perder la conciencia. Días después alguien que quizá no tenía ni idea de su adicción le pagó una deuda con seis cajas llenas de botellas de aguardiente y ella no fue capaz con la tentación. Se tomó la mitad de una caja. Ahora lo intenta de nuevo. Completa tres meses de abstinencia. Sí: los días sin beber no son blindaje. Un alcohólico se define en parte por eso: no poder parar de tomar después de la primera copa. María Guadalupe llegó a beber ron con tinto todos los días. Alguien le dijo que así no sentiría el temido y espantoso guayabo. Por la mañana, en casa, mientras desayunaba, le echaba una o dos copas al café, y más tarde hacía lo mismo en la oficina. En su escritorio siempre había una taza. Con el tiempo necesitó algo mucho más fuerte, cambió el ron por el aguardiente y la cerveza, que también bebía todos los días. Antes de almorzar tomaba vino. Una botella de lo que fuera no le duraba dos días. Por aquella rutina se perdió la juventud de sus hijos. Mientras ellos crecían, María Guadalupe dormía en casa sus borracheras. Si no se detiene a tiempo, las consecuencias de la adicción pueden ser irreparables. - ¿Otra rondita?, le pregunto sin caer en la cuenta de esa palabra que tiene el doble filo de la inocencia que mata. ‘Rondita’. María Guadalupe sonríe. Recuerda los días en que tomaba en las barras de las cantinas. No le gustaba sentarse en las mesas. - Sí, pero que quede claro que es otra rondita de aromática. Es martes y estamos en una cafetería del centro de Cali. Al fondo suenan platos que alguien lava, cubiertos, una licuadora encendida. María Guadalupe baja la voz cada que se acerca el mesero. El anonimato es una manera de esquivar el estigma. Ella hace parte de Alcohólicos Anónimos. En Cali existen 32 grupos. A ellos, asegura, están acudiendo amas de casa adictas. También mujeres profesionales, universitarias, lesbianas que han formado hogares, que han tenido hijos, que no han podido salir del clóset. Son tantas las mujeres que requieren ayuda, que en algunos grupos han decidido programar reuniones exclusivas para mujeres. Precisamente por el miedo a ser juzgadas, les da temor confesar sus problemas con el licor. En las reuniones cerradas se sienten más a gusto para hablar. Es lo que sucede justamente ahora, en el barrio Capri, al sur de la ciudad.IILa mujer está en desventaja con el alcohol. Mucho más que el hombre. Diana Gómez Cuenca es psiquiatra y psicoanalista de la Clínica Amiga. Científicamente, dice, está comprobado que la mujer tiene en menor proporción una enzima en el estómago llamada alcohol deshidrogenasa. Esa enzima se encarga justamente de eliminar el alcohol tóxico. Como está en menor proporción, elimina menos cantidad de licor que lo que sucede en el estómago de un hombre. Es decir: la mujer se emborracha mucho más rápido y el alcoholismo, aunque es una enfermedad progresiva, lenta, como un cáncer, también la destruye en menor tiempo. Necesita menos botellas para volverse dependiente. María Guadalupe recuerda precisamente que apenas requirió tres tragos de ron y una pequeña trampa de sus amigas – le echaron más ron a la Coca Cola que tenía como pasante- para emborracharse. Tenía 25 años. Se acababa de separar. Se había casado a los 14. Más que tomar por el dolor de la ruptura, en realidad lo hizo porque quería sentirse libre, dice. Hasta los 14 estuvo con sus padres, se casó y en toda su juventud se sintió atada.Cuando era niña, María Guadalupe observaba a los que bebían en su casa. Sus papás cambiaban. Actuaban sin miedo a nada, pensaba. Se sentían poderosos, derrochadores. Solo cuando estaban tomados le daban más dinero para ir a la tienda. María Guadalupe los relacionaba con gente libre, gente feliz. El ejemplo de los padres puede ser otra manera de explicar el alcoholismo en los adultos. El psicoanalista mexicano Santiago Ramírez lo escribió en el título de uno de sus libros: infancia es destino. Para María Guadalupe, emborracharse después de su separación era una suerte de liberación, de grito de independencia. Estaba equivocada. En realidad se volvió a atar. Al siguiente día se tomó el primer tinto con ron. Paró diez años después. Fue por una laguna mental. Se gastó un dinero prestado que era para el estudio de sus hijos. En la cantina pidió comida para todos los compañeros de su empresa, trago. Se gastó todo. Casi todo. Y ella no se acordaba de haber hecho eso. De haber pedido comida y licor para todos. Se lo contaron. Se lo agradecieron. Qué buena amiga que eres, le dijeron mientras la abrazaban. Qué verraca. El alcohólico gasta para inflar su ego. Una pareja con la que estaba llevó a María Guadalpue hasta su casa. Le echaron limón en el pelo, en la cara, para que reaccionara, se le pasara la borrachera. Nada funcionó. En vez de acostarse en su cama, lo hizo en el patio. Un alcohólico también se define por eso: padece lagunas mentales, olvida lo que hizo. Ante los otros puede actuar como si estuviera consciente de sus actos, puede parecerlo, pero él o ella no tiene la más remota idea de lo que hace. Existen casos de alcohólicos que empezaron a tomar en Cali y dos días después se despertaron en Medellín o Pereira sin saber cómo demonios llegaron hasta allá. Por las lagunas mentales, algunas mujeres son abusadas sexualmente y ni se llegan a enterar. Ese es otro de los riesgos del alcoholismo femenino. También los accidentes de tránsito. En los últimos nueve años, según el Banco Mundial y Medicina Legal, han muerto en Colombia 56 mil personas en estos accidentes. 400 mil resultaron heridas. En muchos casos el responsable fue un borracho o una borracha al volante. Según la Organización Mundial de la Salud, el consumo de alcohol deja cinco muertos cada minuto en el mundo. En México, la enfermedad es la tercera causa de muerte en las mujeres.Valeria también padeció lagunas mentales. Es amiga de María Guadalupe. Acaba de llegar a la cafetería. Luce feliz. Es primero de octubre. Celebra su cumpleaños 38. Brindamos con tinto. Hace once años, empieza a contar, debió morir. El día que decidió dejar de tomar por poco se lanza desde una terraza. Su mamá se fue detrás de ella, preguntándole qué iban a hacer con su adicción, amenazándola con entregar a su hija a la familia del padre. Eso, pensar en su hija, que la había esperado despierta toda la noche, la detuvo de lanzarse. Valeria se sentía culpable. No era posible, se decía, que hubiera terminado en donde terminó bebiendo la noche anterior: un prostíbulo de Tuluá. Era lo único que estaba abierto. No le importó. La enfermedad te va llevando a vivir la vida en torno al trago, dice Valeria. Se trabaja para tomar. Se empeña el reloj o el anillo para tomar. Por las lagunas mentales no sabes sin embargo dónde los dejaste para recuperarlos. Se compran bolsos grandes para poder guardar las canecas. La preocupación central de tu vida, en lo que gastás tu energía, tus pensamientos, es el licor. Ir a cine, hacer ejercicio, leer, estar con tu hija, se vuelve una pérdida de tiempo. La sexualidad también se afecta. Preferís tomar, que disfrutar tu intimidad. ¿Hacer el amor? No, qué pereza, yo sigo aquí tomando. Y te vas quedando sola. Tus amigos te apartan, ningún novio te aguanta. Esa es otra de las particularidades del alcoholismo femenino. Es mucho más probable que la esposa o novia de un alcohólico lo ayude con la adicción, permanezca a su lado, a que un hombre haga lo mismo con su pareja alcohólica. Por lo general, huye. Culturalmente le han inculcado que su mujer debe ser de principios, intachable, una dama, el ejemplo de los hijos, perfecta. Y el sentimiento de culpa en ella se hace implacable, aparece la depresión, los intentos de suicidio. La enfermedad, según los psiquiatras, aumenta en un 50% la probabilidad de que alguien intente quitarse la vida. El padre de Valeria se pegó un tiro borracho. Ella brinda de nuevo con tinto por un día más con vida, un cumpleaños más. Nos despedimos.IIICarmen tiene el porte de una abuela encopetada. Está perfectamente maquillada, lleva su cabello tinturado, un peinado de peluquería, una blusa blanca y un pantalón negro. Carmen es de esas mujeres distinguidas. Por eso es tan gracioso escucharla contar su historia de la manera en que lo hace. Es jueves, en la tarde, y en la reunión de mujeres del grupo Despertar a la Sobriedad de Alcohólicos Anónimos del barrio Capri que esta vez permitió la visita de un hombre todos nos reímos. Carmen dice que cuando tomaba whiski y vodka los fines de semana había una voz que la amenazaba cuando intentaba no hacerlo. “Carmen, hijueputa, te vas a morir. Hijueputa, te vas a morir”. Escucharla a ella tan puestecita diciendo palabrotas es casi tierno. Carmen bebía sola. Los fines de semana salía con su marido – un hombre con un alto cargo en una empresa – y ella no se tomaba un solo trago. Cuando llegaban a casa y su esposo se dormía, ahí sí bebía hasta descoserse. Carmen es docente. La enfermedad ataca por igual, no importa las edades, los estratos, los títulos universitarios, el apellido, el abolengo, la cantidad de dinero en la cuenta, la condición sexual. En la reunión de esta tarde hay jovencitas de 16 años como Marcela, que llegó al punto de echarle ají al trago para que le supiera a algo, para que sintiera que estaba tomando algo fuerte porque ya todo licor le parecía agua, o Elena, una periodista que además de alcohólica se volvió adicta al perico. Lo utilizaba para no emborracharse. Para evadir los señalamientos, el estigma. El tema de la reunión es justamente el alcoholismo en la mujer. Laura, 38 años, es terapeuta y alcohólica anónima. Dice que hay otro detonante que las puede llevar a tomar licor: el ciclo menstrual. Durante el periodo, aumenta en el cuerpo una hormona llamada progesterona, que condiciona los altibajos emocionales. En las mujeres con tendencias depresivas, el periodo menstrual puede ser tan letal como para buscar en una botella alguna vía de escape. Pero existen otras explicaciones para entender el avance del alcoholismo femenino. El machismo, por ejemplo. A la mujer le exigimos ser perfecta. Tener un cuerpo de reina, no importa la panza de nosotros. Y un alcohólico es alguien sobre todo con una conciencia sensible. Se preocupa terriblemente por todo. Y padece un sentimiento de inferioridad. No responder al ideal de perfección, no recibir elogios, puede ser asumido por la mujer como un fracaso por el que hay que beber. Y beber, por un rato, eleva el ego. Pero además la mujer cada vez más equipara sus comportamientos a los del hombre. Hay mujeres futbolistas, boxeadoras, árbitras, militares. También, de otro lado, cada vez hay más alcohólicas. “La paulatina igualdad de las pautas de comportamiento entre ambos sexos está provocando un aumento del abuso y dependencia alcohólica en ellas”, se lee en una investigación del Hospital Clínico de Barcelona.Las mujeres de Despertar a la Sobriedad dicen que en todo caso es posible detener el avance de la enfermedad, aunque no existe una cura. Basta querer parar. Pedir la ayuda de un poder superior, llámese Dios o como sea. También, si se puede, claro, buscar ayuda profesional, un psiquiatra. Reunirse para hablar con tranquilidad, compartir lo que les pasa con otras mujeres que han vivido lo mismo. Es una forma de sentir alivio. Y trazarse una meta que sea posible cumplir. Solo por hoy, no voy a tomar. Y al siguiente día igual, y al siguiente. Un alcohólico jamás puede volver a tomar ‘socialmente’.En Despertar a la Sobriedad, las mujeres, en círculo y tomadas de la mano, prefieren, mejor, hacer la oración de la serenidad.

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